El velero (Cuento)

Allí estaba de pie, explorando el horizonte con su mano izquierda de visera sobre una frente surcada por las preocupaciones.

Entrecerró los ojos para vislumbrar en la distancia, los pies bien enraizados. Tenía que averiguar qué era aquélla luz que le llamaba desde la otra orilla. Parecía una estrella, pero aún así, no conseguía re-conocer el objeto.

Sabía que si no lograba saber lo que era, no podría seguir viviendo de la misma forma, sus días no tendrían ya sentido. Quería alcanzarlo y hacerlo suyo, pero ¿cómo?

Una posibilidad bastante obvia era recorrer el tramo a nado, el mar estaba en calma y él se consideraba un buen nadador. Había aprendido, como todos, por un instinto de supervivencia, pero era constante y tozudo, practicó en ríos de aguas bravas, más de una vez lo llevó la corriente, pero tenía un ángel que lo acompañaba en sus aventuras más arriesgadas, y siempre salía por su propio pie.

Estaba decidido, lo haría nadando. Era tal su euforia en esa aventura, que no calculó la distancia, ni la posición del sol, ni la temperatura del agua, ni vadeó el fondo para averiguar la profundidad…. Y .. ¡zas! Allá fue.

Había recorrido los primeros veinte metros, cuando algo agarró su tobillo izquierdo. Intentó zafarse dando una patada al aire, sin resultado. Lo apresaba con una fuerza desconocida, inmovilizando primero la pierna izquierda, y gradualmente el resto del cuerpo. Entonces gritó pidiendo ayuda como nunca antes lo había hecho. No entendía lo que le ocurría, él siempre se libraba de todas las dificultades, sorteaba todos los obstáculos y luchaba contra viento y marea. Pero esta vez era diferente, estaba paralizado!

De repente notó una presencia a su lado, cálida y confortable. Era una sensación que nunca antes había sentido, por instinto volvió la vista hacia la derecha y vislumbró ante él un velero pequeño y modesto. El timonel, que se encontraba de pie en la proa pilotando el barco en dirección paralela a él, alzó la voz:

- ¿Has pedido ayuda?

Por supuesto que había pedido ayuda! ¿Es que no veía que estaba inmóvil y atrapado en medio de la nada, gritando con todas sus fuerzas?

- Yo sólamente puedo acompañarte, no me está permitido llevar pasajeros, pero si quieres hacemos el trayecto juntos

- No puedo moverme, algo me ha atrapado

- Son tus miedos, yo te daré algo para liberarte.

Entonces el timonel desapareció por un momento y volvió a aparecer con algo entre las manos. Se lo lanzó a nuestro amigo, y éste preguntó cómo tenía que utilizarlo.

- Eso tienes que descubrirlo tú

- Pero me ahogo, no hay tiempo

- Tienes todo el tiempo del mundo, en cuanto descubras su utilidad será pan comido.

Agarró ese objeto sin forma ni color definido probando por un lado, por otro, lo puso al derecho, al revés y sin éxito. Se estaba desesperando, cuando el barquero le sonrió:

- No tienes que utilizar la mente, sólo con la intención lo lograrás.

- ¿Cómooo? No sé hacerlo

- Tienes la capacidad, sólo tienes que ponerla en práctica, ¿quieres conseguir el objeto o no?

En el momento que se concentró en el objeto, la herramienta se le escurrió entre los dedos, y fue directa al fondo. Sin saber cómo, se vio liberado, ya podía moverse y nadar. Pero no quería quedarse sin saber qué lo había atrapado. Así que se zambulló y en el fondo descubrió un espejo. Oteó en su interior, y descubrió la imagen de un niño asustado y confuso que le resultaba muy familiar. El timonel le gritó desde el velero preguntándole: ¿Qué ves? … ¡Era él mismo! Su yo-niño le impedía continuar nadando despreocupadamente, el mismo que se había aferrado a su pie. Entonces el piloto le dijo que lo abrazara y él sintió un amor indescriptible por ese niño. Lo abrazó y prometió cuidarlo de ahora en delante y no permitir que volviera a sufrir. El niño le devolvió una sonrisa y cuando nuestro personaje ascendió a la superficie, se sentía liviano y fuerte para continuar su viaje.

En todo momento se sentía acompañado por su ahora amigo el timonel, que desde el barco le animaba y avisaba cuando aparecía algún tiburón. Sin embargo, él era el que en todo momento sorteaba los obstáculos, buceaba salvando límites e investigaba sobre el origen de los mismos.

El trayecto duró dos meses, y nuestros protagonistas forjaron una complicidad y respeto mutuos. Él nunca se había sentido tan bien, tan fuerte y autosuficiente. Sus valores crecían y sus limitaciones se iban desvaneciendo como por arte de magia. La meta estaba cada vez más cerca, y el camino era cada vez más divertido.

Se iba poniendo pequeñas metas día a día, no descansaba pero tampoco se exigía demasiado. Simplemente enfocaba hacia el objeto y todo cobraba vida, cada vez estaba más cerca y era más nítido.

Por fin llegó a la otra orilla, y recogió su trofeo dando las gracias al timonel. Éste le contestó:

“No habría sido posible si tú no hubieras asumido el compromiso”

“Gracias a ti”

Lo que no sabía nuestro amigo es que el timonel aprendió más de él, porque a medida que iban navegando juntos, él desde el velero hacía exactamente el mismo camino.

El Coaching podría ser un proceso, un camino, un trayecto, un viaje, un baile. Lo común de todos ellos es que cobra sentido cada paso, cada brazada, cada movimiento que damos y nos refuerza, nos sincroniza y nos enseña a querernos a nosotros mismos. Sólo tenemos que comprometernos a conseguirlo, el resto es magia.